No contento San Ignacio con habernos propuesto una
consideración del reino de Cristo, formó otra más eficaz, que llamó de las dos banderas, para alentarnos más
el corazon, y dar bríos para seguir al Salvador; porque viendo realmente, que
él nos llama y convida a empresas dificultosas, quizá tendríamos menos ánimo
para seguirle, si no se hallase reforzado con nueva eficacia de un llamamiento
incontrastable: y esto obra fuerte y suavemente la consideración de las dos banderas,
benemérita de tantas religiones, a quien ha dado sujetos de grandísima estimación;
porque en esta consideración se suele hacer la elección, o la reforma del
estado de la vida: punto sobre todos los otros importantísimo, de que aquí no
hablaré palabra, habiendo dicho todo lo que conviene en el libro de la Sabia elección, a que remito al lector.
Aquí se miran en campaña dos capitanes, de la
una parte Cristo,
Señor nuestro, y la del otro Lucifer; el uno, a contraposición del otro,
llama soldados y hecha pregón, con qué sueldo, y a qué fin se ha de militar y
pelear bajo de su bandera: cada uno ofrece sus bienes; el uno presentes, (es verdad) pero mezquinos y breves; el
otro algo lejos, como venideros, pero ciertos, cuanto lo es el mismo Dios, pues
son eternos. Ahora vos, antes de extender la mano a coger los unos o los otros,
antes de entrar el pie en la cadena de Luzbel, o el cuello en el yugo de Cristo,
miradlos bien, y comparad unos con otros. Cierto es, que al ver que la paga de Luzbel,
(aun cuando él la diese) no es otra
cosa, que un corto bien, y un gran mal eterno; al contrario, la de Cristo es un corto padecer, y un gozar sin fin, sin duda
cobrareis grande ánimo para no dejaros llevar de las engañosas ofertas y vanas
promesas del demonio, y seguir de veras al Salvador.
BANDERA DE LUCIFER.
Pónganse, pues, delante de los ojos a Lucifer,
príncipe de las tinieblas y tirano del mundo, que en medio de Babilonia está
sentado sobre un trono lleno de fuego y humo, al rededor un cortejo terrible de
demonios, conjurados para hacer daño al género humano, y a destruir el reino de
Cristo.
Mírese lo horrible de su semblante, la frente altiva y llena de soberbia, los
ojos fieros y encendidos, a guisa de cometas, la boca sangrienta y arrabiada,
que está respirando amenazas y estragos. Pues si bien él por sí mismo, (a ley de espíritu) no tiene forma
alguna corporal; no obstante, cuando
toma alguna para aparecerse, es espantosa,
proporcionada a la monstruosa condición
de su espíritu: y si tal vez toma
alguna forma juguetona o lisonjera, para atraernos con engaños, sus juegos
acaban en terrores y espantos, y la vana apariencia en estragos y ruinas. Viene
como serpiente de hermoso color y forma halagüeña, que juega y abraza para
escupir su veneno.
Aquí levanta y tremola su bandera, cuya
insignia son pintadas en ella figuras feas, placeres abominables, odios,
homicidios, tesoros, que se desvanecen y paran en humo. Convida con un tono de
voz formidable, y juntamente lisonjera, a los míseros mortales, para que le
sigan: (Sap. 2.) venid conmigo a gozar de
los bienes que os ofrezco, daos a los pasatiempos, mientras os lo permite la
juventud: coronaos de rosas, antes que se marchiten; Nullum pratum sit, quod
non pertranseat luxuria nostra: No
hay una pradera sea libre, que no escapan a nuestra revuelta: no hay flor de
deleite, que no se coja: alargad las riendas al apetito, ya que sois de
naturaleza deleznable.
Poneos en grande estimación en el mundo,
porque los honores y dignidades son los verdaderos bienes del hombre: poned todo vuestro estudio e industria en adquirir
y amontonar riquezas, que son el único medio para haceros grandes en la tierra,
y para comprar los placeres, que regalan los sentidos: yo no pongo otras leyes
a mis soldados que los dictámenes de su concupiscencia, y vivir al gusto.
Estas, y peores máximas propone Lucifer,
derechamente opuestas a los preceptos de Cristo, para arruinar el mundo. A tanto le
estimula el odio implacable contra Dios, cuya justicia vengadora experimenta: y quisiera, a pesar suyo, privarle del
servicio y obsequio de sus criaturas: después la ambición de su soberbísimo
espíritu, a fin que los hombres antes le sirvan a él cruelísimo tirano, que al
Criador, su legítimo Rey. Finalmente, le punza la rabiosa envidia, porque el hombre no llegue a
gozar la felicidad del cielo, de que él cayó con eterna ruina.