JESUCRISTO,
Hijo de Dios vivo, al abandonar en cuanto a su presencia visible este mundo,
para volver al seno de su Padre, bien que prometiendo estar siempre con su
Iglesia para como Cabeza suya dirigirla y ampararla y defenderla, quiso, no
obstante, fuésemos los hijos de ella quienes por nuestra parte cooperásemos
todos con el esfuerzo, por decirlo así, de nuestros propios brazos, a su
conservación y defensa.
—Esto es evidente.
—Como no lo es menos lo
que se deduce.
De ahí nacen para el cristiano dos órdenes de
deberes: unos relativos a su santificación y salvación individual; otros
relativos al fomento y sostén de la Sociedad divina de que forma parte. De un
modo parecido a la doble obligación que al hombre compete en su vida civil: una
como particular y miembro o jefe de tal o cual familia; otra como público
ciudadano de la patria común a la cual le ligan lazos no menos inviolables.
—También eso paréceme
fuera de discusión.
—No hablemos hoy de los
infelices cristianos de solo bautismo, y por tanto casi de solo nombre, que llevando
costumbres enteramente ajenas a aquella su profesión gloriosísima, resultan
verdaderos gentiles prácticos, en algún modo de peor género que los que por
desconocimiento absoluto de la fe nacen y viven y mueren en la verdadera material
infidelidad. Contrayendo nuestra consideración a los que por el tenor general
de su vida suelen llamarse y reconocerse con el dictado de buenos cristianos, hay
todavía muchos de éstos que, atentos sólo al cumplimiento de sus deberes
privados o individuales, desconocen y olvidan o siquiera atienden menos los
otros deberes públicos y por decirlo así sociales, que igualmente les impone la
profesión dicha en orden a la Iglesia católica, de la que por el Bautismo fueron
hechos miembros y por la Confirmación soldados.(…)
—Es cierto, como lo es que la palabra del
Papa en su consabida Carta al pueblo italiano dio nueva oportunidad a estas
materias, que nosotros, dóciles en todo a tan augusta voz, hemos querido ahora tratar
con el carácter mismo que el mismo Vicario de Cristo se ha dignado como
presentarnos de su mano en un párrafo del citado Documento, que habla del modo
siguiente:
“Tratándose
(dice) de la secta masónica, que todo lo ha invadido, no es suficiente ponerse
en guardia contra ella. Hay que salir al campo y afrontarla con valor. Lo cual
haréis vosotros, amados Hijos, oponiendo prensa contra prensa, escuela contra
escuela, sociedad contra sociedad, congreso contra congreso, en una palabra.
Acción contra acción.”
(…) La acción divina, contra la acción
diabólica, ha sido en todos tiempos la ocupación exclusiva de la Iglesia
católica y de sus hijos. Del Cenáculo de Jerusalén salió, el día de Pentecostés,
armada de todas armas la sociedad cristiana a luchar con el demonio, dueño del
mundo é ignominiosamente servido por todos los poderes de él, y lo venció.
Y en tal día recibieron divina y celestial investidura de paladines de Cristo, para
lanzarse a pelear esas batallas, no solamente los Apóstoles, sino muchos otros
discípulos del Salvador, y entre ellos con María varias piadosas mujeres, en
número todos de ciento veinte. En lo cual no puede menos de verse una exacta
representación de todo el pueblo fiel en sus diversas clases y categorías. De
allí procedió como de su primera fuente la acción católica que no cesamos de
predicar, y de la que el mismo Soberano Pontífice nos traza como con el dedo el
más sintético programa.
Es vida el Espíritu Santo, y la vida es
movimiento, es fuerza, es actividad; así como la muerte es pasividad absoluta,
es la completa inercia, es el no ser. Casi es lo mismo el no obrar. Pidámosle,
pues, a Él nos dé tal vida y fuerza como hoy se requieren para corresponder a
las presentes necesidades, que tan parecido van tornando el mundo moderno a lo
que fué en tiempo de los primeros cristianos y a lo que por el esfuerzo de ellos,
sostenidos por la virtud de Dios, dejó de ser muy en breve. Como hoy y más que
hoy bramaban en torno del recogido Cenáculo de los primeros discípulos del
Crucificado ciegas y enfurecidas muchedumbres; como hoy y más que hoy desatentados
gobernantes maquinaban leyes de proscripción contraía Iglesia, y afilaban cuchillos
para hacerla desaparecer ahogada en mares de sangre generosa. Y la acción católica arrolló aquella
formidable acción diabólica, para no dejar de la última más que el ominoso
recuerdo. Hoy, pues, como
entonces desarróllese acción contra
acción, y sea con iguales medios y sea
sobre todo por igual Espíritu de Dios que
agigante nuestra pequeñez. Iguales serán
entonces los resultados.
(…) Es de ley que haya acción católica, hemos
de ser nosotros los católicos, todos los
católicos, quienes andemos en, ella de continuo
á tajos y a puntillazos contra la otra
acción, o sea la anticatólica. Y como ésta
hoy por hoy, está sintetizada en el programa doctrinal y perverso de la
Masonería, de ahí la necesidad de la Guerra de frente que os estoy predicando, y
de la que la dicha demoníaca secta ha de ser el objeto principal. (…)
¡GUERRA
DE FRENTE!
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